Hace muchos días que llegó el otoño, de mala gana, simplemente porque el calendario le obligaba, tenía los billetes con fecha fijada y sin posibilidad de cambio, todavía con sus ropajes de verano deshaciéndose en jirones, con más ganas de playa que de comenzar su tarea de desnudar árboles, lo que ha ido haciendo lenta y pausadamente quedándole todavía bastante tarea pendiente.
Pero algo o alguien le hizo mudar el semblante: esos que no respetan la naturaleza ni el tiempo ni los biorritmos ni ciclos vitales le hicieron modificar los horarios, algo que no le sentó precisamente bien y lo tornó más sombrío, más frío y menos comunicativo.
Tras unos días zascandileando mostrando sus más vivos colores, jugueteando con las temperaturas y probando nuestra capacidad de cambio de ropa, de vestirnos o desvestirnos al compás de sus caprichosos cambios, al fin, como castigo a nuestras protestas por no saber acomodar nuestro vestir y nuestros bailes a su ritmo cambiante, al fin, digo, se muestra serio y sin contemplaciones mostrando triunfante su baza ganadora, exhibiendo todo su juego y poderío y enseñándonos con una mueca sardónica lo que siempre ha sido, un otoño que se precie, adulto y bien plantado.
Ha dejado sus suaves modales desvistiendo dulcemente a los árboles y dejándolos a medio desnudar con sus vestimentas tiñendo de mil colores la tierra a sus pies y con rudeza más propia de su primo Invierno, azota sin compasión con todos los elementos: fuertes vientos, agua a raudales e incluso nieves, regalo de su compañero de correrías por estas fechas el frío viento del norte que castiga sin compasión.
Y este otoño impasible e implacable hace cambiar incluso los sentimientos, los pensamientos se tornan también más fríos y serios, nace la nostalgia y sensaciones de pérdida, ya sean pequeñas cosas o incluso la vida poco a poco, de a pocos o de a todos, total y absoluta.
Y nos da por pensar en esas pérdidas, en esas cosas o personas que se fueron tal vez para no volver o quizás tan sólo en una larga ausencia hasta un ambiente más primaveral.
Pero otoño o invierno, primavera o verano, nostálgicos o exultantes, la vida continúa su curso e igualmente nosotras, sin excusas para no alegrarnos por ello y mostrar nuestra mejor sonrisa dando vigencia a ese refrán tan positivo: «al mal tiempo buena cara»
Así que como de costumbre siembro de nuevo mi consejo habitual:
¡Cuidaos, vivid la vida intensamente y procurad ser muy felices!
Y olvidándoos de los sinsabores del lunes, animad la semana con la poesía de Mario Benedetti y el canto de Martirio.
Debe estar conectado para enviar un comentario.