(Aclaración: Como verán quienes vuelvan a ver este post, lo he modificado pasando los kaikus a una nueva publicación pues creo merecen «su entrada propia» sin compartir el rollo que viene a continuación; inconvenientes de escribir las entradas de tirón y publicarlas sin revisiones previas profundas pues como en otras facetas de la vida las cosas vienen tal cual, sin censura previa.)
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Siempre me han llamado la atención esas viejas fachadas marcadas por el tiempo, años e inclemencias, y por la vida y en muchas ocasiones por la desidia, el abandono y la ausencia.
Siempre me atraen y siento por ellas un gran respeto y gran interés por lo que encierran, no sólo material sino sobre todo humano, la verdadera riqueza, las historias gestadas dentro de sus paredes, historias llenas de sentimientos, risas de niños y aun de adultos, susurros y palabras de amor o gritos de rabia y murmullos de odio, sudor entre jadeos o sollozos a duras penas contenidos y lágrimas incontenibles.
Sobre todo me atraen sus puertas y ventanas, únicas vías de comunicación con el exterior.
Habría mucho que hablar de sus tamaños y formas, de sus adornos y aderezos, sobre todo de las puertas, reflejo de la situación social y financierade sus moradores o de su jactancia; grandes puertas de castillos, palacios o casonas adornadas con grandes picaportes y reforzadas con cientos de clavos o piezas metálicas, de un tamaño suficiente para paso de caballerías y carruajes o por contra sencillas puertas de sencillas viviendas, con anchura y alturas mínimas para el paso de personas y con un sencillo y pequeño aldabón para llamar.
Pero ante todo lo que me produce más interés, admiración y respeto son las ventanas pues tras ellas es donde bulle la vida, donde se esconden, o se manifiestan, todo tipo de sentimientos y sensaciones donde se reúne la familia en las estancias comunes, salones o cocinas junto al hogar, donde recordar o dar a conocer el pasado, revisar el presente y planificar el futuro todo ello con visión de conjunto con intereses comunes a la familia; y las otras ventanas tras las cuales se desarrollan las historias más personales y más íntimas, como son los dormitorios, lugares donde se producen los sueños en sueños y donde también se realizan los sueños de ensueño, unos soñados anteriormente, despiertos, y otros que ni en sueños se hubiesen imaginado.
Así que esas viejas contraventanas desvencijadas, acartonadas, se me antojan las cubiertas de libros antiguos, esas cubiertas repujadas ajadas por el tiempo y el uso, que guardan en su interior todas esas historias, distinta cada una como distintas son las vidas de cada persona; cubiertas que invitan a que las abramos para empaparnos de todas esas vivencias, para reir, llorar, gozar, amar y hasta odiar, compartir de alguna manera cada momento y cada sentimiento que queda en el ambiente a pesar del tiempo y del abandono físico.
Aunque me temo que esas páginas que nos encontraremos al abrir esas cubiertas están en blanco y sólo esperan que seamos nosotros quienes, documentándonos o simplemente producto de nuestra imaginación, les demos forma, les demos nueva vida, parecida o no a la transcurrida en esos espacios.