Mágica ternura.

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Sentada en el borde de la cama,

trémula, temblorosa,

incapaz casi de moverse,

apenas respiraba entrecortadamente

mientras contemplaba aquellos dedos

que suavemente hacían descender sus medias

sin apenas rozar su piel,

un tacto leve pero electrizante

que hacía saltar chispas

en lo más hondo de sus entrañas.

No podía, no quería apartar la vista

de aquellos mágicos dedos

ni mucho menos mirar aquel rostro

que la contemplaba con arrebato,

aquellos ojos destilando amor y ternura

pues temía perder la razón

como sabía que perdería el sentido

cuando aquellos diez duendes

continuasen su paseo por toda ella

hasta llevarla al  paroxismo,

al clímax, al éxtasis más profundo.

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Sentada al borde de la cama,

trémula, temblorosa,

respirando entrecortadamente, esperaba 

odiando y amando esos segundos eternos

que le separaban del paraíso.

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